La amistad y sus bemoles
Mis aprendizajes sobre la amistad, las rupturas, los errores y las desilusiones
Desde niña he creído que la amistad es la más pura y significativa de las relaciones. No sé si fueron las canciones de los Enanitos Verdes o Cristina y los subterráneos, o las series adolescentes de la época; todavía sin haber pasado por Aristóteles y otros filósofos de la materia, muy temprano me había forjado una teoría sobre las calidades espirituales de los verdaderos amigos, fundando una raza de seres mágicos e ideales capaces de la más profunda comprensión y apoyo, que establecían entre sí vínculos indestructibles, susceptibles de soportar cualquier cosa. “Amigos para siempre, siempre dando y recibiendo” decía el estribillo de la canción de un show televisivo de la época, y así lo creía yo: los amigos son eternos e inalterables.
Muchos años han pasado desde entonces y hoy, luego de algunos desencuentros, rupturas difíciles siento que es momento de reformular algunas de esas convicciones que consideraba inamovibles. No se trata de restarle importancia a las amistades por efecto de circunstancias desafortunadas; ante todo se trata de una reflexión consciente de los matices de una serie de vínculos que merecen tanta atención como la pareja, pero que tal vez funcionen mejor si los habitamos sin el velo de la idealización.
En las calles de la cultura encontramos un sinfín de aforismos que van moldeando nuestras ideas y sentires sobre la amistad: “amigo es la persona con la que puedes ser tu mismo”, “la amistad verdadera nunca termina”, “un amigo siempre te acompaña en las buenas y en las malas”. Al principio me costaba mucho hacer amigos; vagué sola mucho tiempo por los corredores del colegio donde estudié y solo en el bachillerato sentí la certeza de tener amigos, mejores amigos, amigos verdaderos.
Mi necedad puso a prueba muy pronto la fortaleza de los vínculos. Aunque en general me considero una amiga fiel, apoyadora y presente me ganan dos defectos fundamentales: hablar de más y ser impulsiva. Cosas que yo consideraba graves pero no tanto tenían, a los ojos de quienes las padecían, dimensiones importantes, al punto que algunos no pudieron perdonarlas. En aquel momento no atendí a la alarma. La gente va y viene, pensé, y sin darme cuenta me justifiqué en esas ideas de la amistad que defendía, usándolas a mi conveniencia, pensando que si hubieran sido “buenos amigos” hubieran entendido mejor mi situación.
Luego de muchos ciclos, rupturas y amistades entrañables he empezado a cuestionar cosas, no sólo por superar ese error de juicio que es ser autocentrado, sino por la desilusión que me produjo el constatar la insensatez de algunas de mis ideas. Entendí que lo verdadero de una amistad no se juzga por su duración y que no es un estado de afiliación permanente que se sostiene por sí mismo. Entendí que la amistad tiene matices y momentos de crisis, que se transforman y no siempre son tan igualitarias, que requieren reciprocidad y no se sostienen solas, que no son neutras y allí convergen los aspectos que nos definen: el género, la política, la religión, el fútbol, la situación socioeconómica.
Sobre todo, entendí que la amistad, como tantas cosas, es una decisión. Dos personas deciden ser amigas y crean espacios para dar lugar a la amistad, incluso cuando circunstancias como el trabajo o la casualidad parezcan facilitar (o forzar) el encuentro. Las amistades también terminan, se disuelven, dejan de ser cuando alguno de los dos (o los dos) lo deciden. Eso implica también que no se vale todo en la amistad; ser buen amigo no es aguantarle todo al otro, cada uno tiene sus límites y ser amigo es también cuidar de no transgredirlos una vez se conocen y no botar la muerda propia en el jardín de nuestros seres queridos.
Se suele decir que los amigos son la familia que uno elige, y sin embargo, poco se habla de esa decisión y la responsabilidad que se contrae con el amigo. Las amistades requieren confianza, pero no todas tienen el mismo nivel de intimidad. A veces las amistades terminan porque las personas no pueden aceptar cosas de sí mismo y deciden verlas en el amigo que alejan.
Ahora bien, las amistades son decisiones y no son perfectas, pero querer no es las más de las veces una cuestión de voluntad. Terminan las amistades y aún así seguimos queriendo, sino al recuerdo a la personas que fuimos estando juntos. Por eso las tusas de amistad son tan o mas difíciles que las del amor romántico, en especial porque muchas veces vienen acompañadas de la ponzoña del orgullo.
Tengo amigos maravillosos que amo, pero en tiempos de rupturas me he preguntado si volveré a conectar con alguien como lo hice con aquellos que me dijeron o a quién les dije adiós. Amigos no humanos a quienes he visto morir, personas que quise que fueran mis amigos y fueron indiferentes, amigos que no conozco en persona pero cuyas letras y creaciones me han conmovido. No hay una forma de amistad y entenderlo tal vez me permita ser mejor amiga y honrar las amistades que me acogen.
Imagen 1: Edward Antoon Portielje
Imagen 2: Mónica Ozámiz Fortis